martes, 29 de abril de 2014

«O COMEMOS, O TOMO LAS PASTILLAS»

Ayer por la mañana llegó a mis manos un pequeño artículo en el que un conocido cardiólogo, Maximiliano Diego, contaba el caso de un paciente suyo que no tenía dinero para comprar un antiagregante plaquetario. «O comemos, o tomo las pastillas». 

Llevo desde entonces dándole vueltas a esta frase, la misma frase que hace poco más de un año escuché por primera vez de boca de un paciente. Era un padre de familia en paro desde hacía meses, al igual que su mujer. Llamó por teléfono a mi consulta del centro de salud en el que estaba sustituyendo, no conocía su caso y tampoco quiso identificarse, probablemente por vergüenza. Su voz era una mezcla de rabia e impotencia, por momentos descargaba su ira contra mi como parte del sistema sanitario, por momentos se derrumbaba y lloraba. 

Como en aquel «en mi hambre mando yo» que recoge Salvador de Madariaga en su ensayo "España" (1931), no quería la compasión de nadie, sabía que la solución no estaba en mis manos, quería desahogarse y que alguien lo escuchara. 

Estuvimos hablando casi media hora, hasta que me dio las gracias por haberlo escuchado y colgó. Nunca supe más de aquel paciente ni cuáles eran las pastillas que necesitaba. Podría ser el mismo que cita Maximiliano Diego, nunca lo sabré. Os dejo con el artículo




Lágrimas de vergüenza

11 de abril de 2014
Soy médico; cardiólogo, de esos que ponen muelles a los pacientes cuando sufren un infarto. Nuestro trabajo me encanta, pero recientemente salí del hospital un poco más triste que antes.
Un paciente que ya habíamos atendido previamente ingresó de nuevo con un segundo infarto y, al mirar sus arterias, encontramos que el stent, el muelle, implantado unos meses antes, se había trombosado, provocando un segundo infarto mucho más grave que el primero.
Mientras intentábamos reparar de nuevo su arteria enferma, nos aseguró que seguía tomando sus pastillas, pero la relación entre la trombosis de prótesis endovasculares y el abandono del tratamiento es tan alta que, ante nuestra insistencia, terminó por reconocer que lo había dejado dos meses atrás. La situación es muy sencilla: no tiene trabajo, cobra exclusivamente los cuatrocientos euros de la ayuda extraordinaria para desempleados y el tratamiento le costaba más de cien euros mensuales. Tiene mujer, sin empleo, y un hijo pequeño.
"O comemos, o tomo las pastillas".
Allí mismo, este hombre se puso a llorar. Lágrimas silenciosas, sin aspavientos. Lloraba de miedo ante la proximidad de la muerte o de algo peor; pero, sobre todo, lloraba de vergüenza, de tener que mentir a su médico porque no se atreve a reconocer que no tiene suficiente para pagar el tratamiento que éste le receta.
Durante el último año, hemos visto esta misma situación en repetidas ocasiones. En demasiadas, creo. Nunca antes, en muchos años de ejercicio profesional, nos habíamos encontrado con algo así. Además, si todo se redujera al dinero, el gasto sanitario que supone una trombosis de stent supera en muchas, muchas veces el gasto farmacéutico del tratamiento complementario.
No es él quien tiene que llorar de vergüenza. No lo es.

4 comentarios:

  1. Yo también leí el artículo hace un par de días y se me cayó el alma a los pies...
    La sanidad no tiene que salir barata ni a cuenta, tiene que cubrir las necesidades de todos. Como estudiante de enfermería y defensora de la sanidad pública, me parece indignante que haya los recursos necesarios para evitar estas cosas pero que mucha gente no pueda acceder a ellos.

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  2. Muy muy triste e increíble que pase esto...

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  3. LUEGO VAYAMOS CORRIENDO A VOTAR LOS EURODIPUTADOS PARA QUE VIAJEN EN PRIMERA,COBREN DIETAS,Y GANEN SUELDOS INDECENTES¡¡¡¡POR NO HACER NAAADAAAAA¡¡¡¡

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Certif. Nº 130068